La mujer del Lobo
Han pasado varios días desde que llegamos a Chiloé, ahora vivo en Castro. Aunque nuestra casa es pequeña tiene todo lo que necesitamos o, al menos, eso fue lo que dijo mi papá.
Todos los días salimos a recorrer la ciudad, pero hay algo en nuestra casa que me atrae inexplicablemente.
El sábado le pedí a mi papá que comprara comida preparada y que hiciéramos una tarde padre e hija, no sé, ver una película, comer unas cabritas, le propuse, pero lo que en verdad quería era quedarme sola para descubrir ese imán extraño que me llama segundo a segundo.
Cuando salió esperé detrás de la puerta hasta que escuché la reja de salida. Después cerré los ojos y comencé a intuir el extraño llamado que venía sintiendo desde que llegamos.
En el apacible silencio de la casa, algo me dirigió hasta la ventana de mi dormitorio desde donde pude ver el maravilloso espectáculo del cielo más azul que hubiera visto jamás. Las nubes avanzaban rápido como impulsadas por un motor y cuando chocaban unas contra otras se convertían en extrañas formas con las que me entretuve durante un buen rato.
De pronto noté que al costado de la ventana había un pequeño cuadro titulado “Lago Huelde” en el que aparecía una niña barriendo la entrada de su casa ¿Era esa la extraña fuerza hipnótica que me llamaba?
Frente a mí estaba el hermoso cuadro hecho con relieve de madera, donde una niña con escoba en mano barría la entrada de su casa con ahínco. Su cabello y sus faldas volaban al viento y a mi me parecía que podía escuchar el silbido de las ráfagas y el reclamo de la niña cuando el pelo se le cruzaba por la cara. Sin darme cuenta el molesto viento del cuadro comenzó a revolver mi pelo, un par de veces traté de arreglarlo para seguir mirando la escena hasta que me di cuenta de lo que sucedía, di un salto hacia atrás espantada e incrédula y quedé sentada en el suelo con la respiración agitada ¿cómo era posible que una de las ráfagas de viento del cuadro me hubiera alcanzado?
Desde el suelo aún podía ver moverse la escena, me froté los ojos incrédula y lentamente me puse de pie.
Yo estaba decidida a averiguar lo que sucedía y bastó esa certeza para que en cosa de minutos el miedo se hubiera disipado.
La niña ahora caminaba con un cántaro vacío en las manos. Cuando se volteó pude ver su rostro, era la niña más bonita que hubiera visto nunca, su cabello negro ondeaba al viento y sus ojos almendrados parecían sonreir.
Después de un rato se detuvo frente a un lago y, pareciendo intranquila, llenó el cántaro con agua. De pronto un ser extraño y musculoso salió del agua y acarició suavemente la mano de la niña, fue ahí que lo reconocí, era el Millalobo, que se llevó a la joven a las profundidades dejando el cántaro vacío en la orilla.
En ese momento quise salir corriendo, pero estaba inmersa en la escena, no sabría cómo explicarlo, no era parte de la imagen como un elemento más de él sino como si mi visión se hubiera convertido en el cuadro mismo.
El corazón me latía con fuerza. Podía sentir una gota de sudor frío rodar por mi frente y la reverberación hueca de su sonido al caer al vacío.
—Que alegría conocerte al fin —escuché la voz dulce de una mujer.
—¿Quién es la que me habla? ¿dónde estás? —pregunté recorriendo con la mirada la escena de madera.
De pronto del lago emergió la figura de la hermosa muchacha que había visto y de a poco su rostro fue tomando un aspecto real. Se me acercó tranquila, flotando por encima del agua y quedó frente a mi como en un primer plano en la pantalla. Después de unos minutos exhaló con ternura una brisa fresca.
—Eres tú, mi marido no se equivocó —me dijo con tono dulce y agregó—¿aún no te has convencido, verdad? mi marido es tan malo para explicar.
—¿Su marido es el Millalobo? —pregunté tímida.
—Sí, yo soy la esposa del Lobo de oro, Huenchula.
Por alguna razón su tono de voz me tranquilizaba porque resonaba en mi interior como algo familiar y querido. Una eufórica alegría me llenó el cuerpo y me sentí feliz de estar frente a esa señora tan joven y bonita.
—Tu nobleza, Matilde, es la cualidad que te trajo hasta nosotros. Tú eres la guardiana en tierra.
—Me da miedo, soy tan solo una cabra chica, nadie me escuchará.
—En el camino del autoconocimiento vamos cumpliendo nuestro destino —me dijo con ternura Huenchula y agregó— Hoy se te asignará tu primera misión, escucha con atención noble Matilde.
Huenchula levantó las manos, amasó el aire generando una pequeñísima bola de humo y recitó:
Llega solo desde el cielo, nunca nunca del glaciar,
se esconde en la tierra fértil, se deja esperar.
El musgo lo guarda con gran devoción,
el ser inconsciente roba todo el pompón.
Pronto llorará el cielo y no podrá enjugar
sus lágrimas tan dulces, diferentes del mar,
y si no hay colchoncito verde en el cual amortiguar
el llanto será eterno, del bosque y del mar.
De pronto un sonido estrepitoso me devolvió al dormitorio, me tapé los oídos y dentro del cuerpo sentí el recorrido de la magia o de ese algo extraño que recitó Huenchula.
Abrí los ojos estaba en el suelo en posición fetal y mi papá moviéndome con ternura.
—Mati, Mati… te quedaste dormida en el piso mi amor, como cuando eras chiquita. Ven traje el almuerzo calentito, afuera está a punto de ponerse a llorar el cielo.